Este blog es para el desahogo de un ciudadano que está cansado de que nos cuelen tantos engaños a casi todo el mundo. El único consuelo que me queda por ejercer es el de decir en voz alta "A MI NO ME ENGAÑAN".




Ya está disponible el ensayo
"Las Falacias que nos rodean", de distribución libre y gratuita.

martes, 15 de abril de 2014

Pregón de Semana Santa 2014


Un año más. Una primavera más, estamos a las puertas de volver a disfrutar los días grandes de esta nuestra Muy Noble y Muy Leal, pero sobre todo Mariana ciudad de Sevilla. Como cada año abrirá la Semana Santa la Hermandad de la Paz, con su Cristo de la Victoria, que recorriendo las veredas de tierra del Parque de María Luisa, llegará para hacer su estación de penitencia en nuestra Santa Iglesia Catedral. Por el camino se le habrá adelantado la Borriquita, que sale después pero llega antes, y es uno de los detalles que ignoran aquellos que desconocen los entresijos de nuestra Semana Grande. Ambas cofradías serán iluminadas por el mismo sol. Sol de Domingo de Ramos, sol de justicia para una Sevilla ávida de luz en su Domingo más hermoso, tras estos aciagos últimos años de innecesarias lluvias. 

Echaré de menos esas mañanas de la infancia y la adolescencia, cuando los tambores de la Paz me despertaban a primera hora de la mañana, antes incluso de salir la procesión, cada Domingo de Ramos. Nada me hacía más ilusión, en mi época de estudiante, que ese vibrante despertador dominical. ¡Cuanto echo de menos esos redobles!. Nada me despierta ahora a primera hora del Domingo de Ramos y eso hace que los Domingos de Ramos de ahora hayan perdido algo con respecto a los de antaño. 

No os pongáis tristes por mí. Supliré esa añoranza con el sumo placer de poder ver al Santísimo Cristo de la Sed, que me honrará con su visita para pasar justo por delante de mi actual hogar. Como en la leyenda, será el Cristo el que me visite a mí, aunque yo no lo necesito y nunca he renegado de él, pues fiel a mis votos católicos, apostólicos y romanos, sigo siendo cofrade como le era antes y lo seré mientras el Padre de Cristo no me llame a su seno. Él será pues quien me visite, esperaré con ansia la noche del  Miércoles Santo, a esas primeras horas de la madrugada, poco antes de que el reloj de la Sed marque las tres de la mañana, los tambores y las trompetas inundarán de gozo mi pequeño hogar, y serán el preludio del emocionante momento en el cual el paso de Palio oscilará frente a mi portal, como queriendo asomarse y rozarme con su manto. Algunos pétalos de azahar de los naranjos que jalonan mi humilde calle caerán como cada año a su paso, que la esperan para adornar el suelo en su honor, que yo lo sé, aunque los ateos no me creen. Incluso algunos que se dicen creyentes no me creen cuando digo que los pétalos de los naranjos de mi calle son cofrades, y esperan a que el palio de la Sed pase junto a ellos para caer en su honor, a los pies de Nuestra Abogada. 

Cuanta pena me dan los ateos, no debemos olvidarnos de ellos y rezar por su conversión. Más ahora, en esta semana. ¿Cómo comparar la visión de nuestros titulares cruzando el barrio con salir a bailar para moverse de un lado a otro, sin ninguna dirección? Cuando un viernes cualquiera salgo a trabajar y a veces me cruzo con impúdicos grupos de chicos y chicas, que vuelven a casa de madrugada, embriagados por los efectos del alcohol, vociferando risas alocadas y tarareando las canciones de zumba que han bailado en la discoteca no puedo evitar rezar un padrenuestro por ellos: “Señor, hazles ver que la verdadera felicidad está en contemplar tu paso a las tres de la mañana”. 

Dejemos que sea el Señor quien provea, y volvamos a nuestra Semana Santa. Semana de renovación de tradiciones, donde los pequeños aprenderán respetuosamente, de sus mayores, los entresijos de las costumbres y rituales que, enmarcados por el denominador común de la Fe, jalonarán los distintos días de la Semana Santa, cada uno con sus matices. Desde la recogida de ramas de olivo del Domingo de Ramos, hasta el Santo Entierro, popularmente conocida como “la Canina”, que da cierre a la semana Santa. Todo ello pasando por supuesto por el Cristo de San Bernardo, y sus grandes nazarenos escoltando al señor de la Salud a su paso por el puente de San Bernardo, ese puente que no cruza el río, sino una avenida que antes era la antigua vía del tren, y que permitió, durante décadas, que los titulares de dicha Hermandad del barrio de los toreros pudieran hacer estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral

Este año, otra vez, disfrutaré viendo a los críos hacer bolas de cera. Volveré a fijarme en los ojos del nazareno que vierte la cera en las pequeñas manos de los niños, aún libres de callos del trabajo, y con almas aún libres de cicatrices de la vida. Me fijaré en los ojos del nazareno, y seré capaz de atisbar la lagrimita de emoción que sentirá al recordar cuando él era niño, y le pedía cera a un nazareno. No será la única tradición que se transmitirá, un año más, de los mayores a los más jóvenes, pero no las mencionaremos todas hoy, porque esto es un pregón, no un tratado para volverse cofrade en la ciudad donde se llora la pasión como en ningún otro sitio. Señores míos, a ser cofrade no se aprende en un pregón. Se aprende en el día a día, en ese besamanos de un mes de octubre, en los quinarios de agosto que tan cortos se hacen, escuchando los gozosos maitines de las monjas a las cinco de la mañana, en los pasacalles de febrero que tanto amenizan los barrios por mucho que los que vienen de trabajar se quejen al no poder aparcar, en lugar de dar gracias al señor por tener trabajo. Pero por encima de todo, el ser cofrade es un sentir. Aunque quisiera, no podría explicar lo que hay que hacer para ser cofrade, porque eso es algo que no se puede explicar con palabras. 

No faltarán las borracheras de los armaos de la Macarena. Hay quien, en su afán por sólo buscar defectos, dice que dan mala imagen. Pero no vamos a luchar contra el viento, ni contra la incultura y la ignorancia. Los que se autocalifican como doctos o sabios, pero no saben distinguir un palio bordado en hilo de oro, de uno bordado en hilo de plata con bañado de pasamanería dorada no merecen ser escuchados. Tampoco sabrían distinguir un repujado de los talleres de Utrera, de un grabado cordobés. Esos taimados herejes de la verdadera cultura, que adoran a los números y la ciencia como su vellocino de oro son los que hacen esas críticas a los armaos, ignorantes que las patrullas de  legionarios romanos, los que crucificaron a Cristo, salían de noche de taberna en taberna a beber y emborracharse, y es a estos despreciables elementos a quien representan los armaos. Nos hacen recordar lo demencial, lo decadente de las borracheras indiscriminadas, preludio de la violencia, del fornicio, de tantos y tantos pecados que están trayendo el declive a nuestra cristiana sociedad, y que están haciendo que las tradiciones pierdan la fuerza que tuvieron antaño en la Sevilla que se nos fue. 

Qué decir del Cachorro. Si hay una seña de identidad del Viernes Santo por la tarde, es el Cachorro pasando, bajo un abrasador sol, por el Puente de Triana. Año tras año, siempre bajo el mismo sol. Perfección Sevillana y Trianera, ya quisieran los suizos con sus relojes ser capaces de hacer una chicotá de justo 60 segundos en honor del Ilustrísimo Juan García, que este año cumple una década como Hermano Mayor de Santa Genoveva, y ya quisieran los mismos suizos con sus chocolates tomarse unos churros regados con la cálida y dulce bebida en los puestos que en estos días se ponen en el Prado de San Sebastián, allá donde no hace tantos años se celebraba la Feria de Abril, antes de que ésta, cantando y cruzando el puente, se fuera para Triana sin dejar de ser de Sevilla.

No puedo evitar, en este momento tan señalado, acordarme del ya tristemente fallecido Manolo Estébanez, el que fuera Diputado de Tramo de la Soledad de San Buenaventura el año que Lola Benitez, la canastera del arenal, le cantó aquella irrepetible saeta a la titular de la susodicha Hermandad. Tuve ocasión de compartir pupitre y lápices con su sobrino nieto Juan, y más de una vez me invitó a compartir con su sobrino las sillas de palco que, año tras año, renovaba con ceremoniosa exactitud. Cuanto aprendí de ese hombre sabio, aún conservo con sumo cariño el esquema que esbozó, usando un Llamador como soporte, para indicarme el mejor sitio para ver recogerse al Gran Poder y disfrutar del resplandor del sol en los azulejos de su Iglesia Anfitriona, sin ser deslumbrado por éstos. Escrito a lápiz, aparenta estar borrándose tras casi cuarenta años, pero realmente sostiene una encarnizada lucha con el tiempo que todo lo corrompe. Todo, salvo los desinteresados consejos de un experto cofrade. 

Termino ya el pregón, y no se me asusten ustedes, que ya sé que no he hablado de la noche más larga, con el permiso de la noche de Reyes. Y es que el plato más sabroso lo dejo para el final. Esa noche de emociones encontradas, donde con contraste de las solemnes procesiones de silencio y quinario, las dos Esperanzas relumbrarán con el arropo de sus respectivos barrios, de sus populares y típicos barrios que han sido enseña y bandera de la imagen de Sevilla allende no sólo Andalucía sino incluso España. Una noche donde dolor y consuelo, tristeza y alegría, cansancio y recogimiento se dan la mano para unirse bajo los arreboles de la alborada más mágica, porque el Hijo de Dios ha muerto, lo hemos matado y es por eso que tenemos que expiar nuestros pecados. Por nuestra culpa, por nuestra gran culpa murió el Hijo de Dios, y Sevilla le hace el mejor homenaje que puede: dedicarle nuestra madrugada para contemplarlo con respeto, sin perjuicio de jalear con alborozo y esa alegría que nace del agradecimiento a su Madre, la Virgen que todo lo puede y que es nuestra valedora. 

Señoras y caballeros. En esta Semana Santa, salgan a las calles a ver a Jesucristo por nuestras calles. Déjense inundar de incienso los pulmones, sientan el vibrar de los tambores hasta el mismísimo tuétano de nuestros pecadores huesos, sepan percibir la hermosa aleatoriedad de las naranjas caídas al suelo, intactas algunas y otras no tanto, fruto del pasear de reuniones cofrades, y no se empeñen en ver ese lado malo del peligro de un posible resbalón al pisarlas, abran los ojos a los sentidos, y sepan disfrutar incluso de las bullas, que todo tiene su lado bueno. Y sobre todo, si quieren dejar atrás por un momento el sentimiento religioso y disfrutar de una buena cerveza o un buen vino en el bar más cercano a la hermandad de su barrio, relájese unos minutos y disfruten otra cosa más que sólo tenemos aquí. La posibilidad de saborear de la sangre de Cristo mientras éste procesiona, a la luz del mismo sol que alumbró a San Pedro. 

Que la fe sea con vosotros,

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